Otra propuesta sin ánimo electoral
Como todos los días debo tomar una combi para ir a clases por la mañana. Yo y el 60 % de limeños que lidiamos día tras día con los gritos osados y usualmente obscenos entre conductores, con el cúmulo de autos convertidos casi en chimeneas por el excesivo dióxido de carbono que le regalan a la ciudad, con los desesperados transeúntes, quienes por no llegar tarde a sus destinos se vuelven más osados en horas de la mañana, y cruzan por donde sea y caminan por zonas indebidas y prácticamente retornan a un estado de semi salvajismo.
Sí, todos sabemos eso. Lo vemos a diario. Lo vivimos, es más. Pero ¿hacemos algo por cambiar esta situación? Es lamentable pero cierto. Se tienen mil iniciativas personales, municipales, propuestas de gobierno, proyectos y más, pero ninguno ha aportado debidamente como para mejorar al menos considerablemente la situación caótica del caos en Lima.
Empezaríamos por aceptar que el transporte público de Lima está altamente desregulado. Cualquiera que tenga la capacidad adquisitiva suficiente para hacerse de una combi o cualquier vehículo apto para llevar y traer gente, puede salir a andar por las calles a prestar servicio como colectivo o taxi.
Eso se nota con tan solo mirar en cualquier esquina o paradero como se venden los fosforescentes carteles de taxi que se adhieren a cualquier vehículo que pueda avanzar al menos dos metros, a pesar las autoridades intentan regularizar un poco la situación.
Con una oferta así, la competencia vehicular no se hace esperar y eso lleva a los conductores a hacer todo lo posible por ganar pasajeros, a como dé lugar. Así nacen la infinidad de abusos cometidos en el terreno del sistema de transito, maltrato a los pasajeros, la orquesta interminable y exasperante de bocinas en las principales calles de la capital.
En el peor de los casos, tenemos los accidentes que por desgracia se encuentran a la orden del día debido a la negligencia de los conductores y peatones que no respetan las normas de tránsito. El tráfico en las calles es exageradamente desordenado.
En segunda instancia están los propios ciudadanos. Por un lado están aquellos que contribuyen al caos y no necesariamente porque lo deseen sino porque la necesidad de subsistir está en juego. Los propios choferes se vuelven en los peores enemigos del orden vehicular.
Por otro lado, un alarmante porcentaje de conductores no cuentan con documentos en reglas y mucho menos la instrucción necesaria para tener en sus manos la vida de decenas de personas al día. Pero, tampoco sería la mejor solución sacar a todos ellos para mejorar el transito en Lima y dejarlos sin trabajo ya que muchos de ellos no cuentan, penosamente, con más estudios que la secundaria completa.
En el otro extremo están el resto de habitantes de esta ciudad caótica, quienes con su indiferencia o bien sea con su excesivo egocentrismo permanecen indiferentes al mejoramiento de esta situación, e incluso la empeoran. Lo mas irónico de todo es que se busca resguardar con las normas de transito de sus propias vidas, pero ¿de qué sirve si ellos mismos no hacen nada por cuidarla?
Ahí vemos a las personas que no respetan las normas de transito, no usan los puentes peatonales, cruzan sin fijarse la luz del semáforo y tantas barbaridades que se ven a diario. Haciendo mea culpa, admito haber cometido alguna infracción como esta en alguna oportunidad. Si ya de adultos no sabemos saber lo que es bueno y lo que no, ¿cuándo es que debemos aprender todo eso?
Entonces empezamos a atacar el problema de la raíz: la educación. Es el eje en torno al cual gira todo este problema de caos vehicular. Si no es el eje, al menos debe ser una de las aristas más importantes de este conflicto social. Si se dedicara mayor importancia e inversión en la educación, a nivel general, partiendo desde las iniciativas de gobierno. Incluir la educación vial en los colegios, para así desde pequeños irnos formando las bases de responsabilidad y conciencia social, que sepan preservar sus propias vidas y las de los demás.
Por suerte existe la capacitación, el adiestramiento y la enseñanza, las cuales serán las principales armas para combatir este problema y que tienen mil formas de solucionarlas. Lo que hace falta es una gran iniciativa. De ti, de mi de cualquiera, pero que tengas las ganas de cambiar algo para desarrollar y lograr el progreso, de a pocos, de nuestra sociedad. Nunca es tarde para ello.
Sí, todos sabemos eso. Lo vemos a diario. Lo vivimos, es más. Pero ¿hacemos algo por cambiar esta situación? Es lamentable pero cierto. Se tienen mil iniciativas personales, municipales, propuestas de gobierno, proyectos y más, pero ninguno ha aportado debidamente como para mejorar al menos considerablemente la situación caótica del caos en Lima.
Empezaríamos por aceptar que el transporte público de Lima está altamente desregulado. Cualquiera que tenga la capacidad adquisitiva suficiente para hacerse de una combi o cualquier vehículo apto para llevar y traer gente, puede salir a andar por las calles a prestar servicio como colectivo o taxi.
Eso se nota con tan solo mirar en cualquier esquina o paradero como se venden los fosforescentes carteles de taxi que se adhieren a cualquier vehículo que pueda avanzar al menos dos metros, a pesar las autoridades intentan regularizar un poco la situación.
Con una oferta así, la competencia vehicular no se hace esperar y eso lleva a los conductores a hacer todo lo posible por ganar pasajeros, a como dé lugar. Así nacen la infinidad de abusos cometidos en el terreno del sistema de transito, maltrato a los pasajeros, la orquesta interminable y exasperante de bocinas en las principales calles de la capital.
En el peor de los casos, tenemos los accidentes que por desgracia se encuentran a la orden del día debido a la negligencia de los conductores y peatones que no respetan las normas de tránsito. El tráfico en las calles es exageradamente desordenado.
En segunda instancia están los propios ciudadanos. Por un lado están aquellos que contribuyen al caos y no necesariamente porque lo deseen sino porque la necesidad de subsistir está en juego. Los propios choferes se vuelven en los peores enemigos del orden vehicular.
Por otro lado, un alarmante porcentaje de conductores no cuentan con documentos en reglas y mucho menos la instrucción necesaria para tener en sus manos la vida de decenas de personas al día. Pero, tampoco sería la mejor solución sacar a todos ellos para mejorar el transito en Lima y dejarlos sin trabajo ya que muchos de ellos no cuentan, penosamente, con más estudios que la secundaria completa.
En el otro extremo están el resto de habitantes de esta ciudad caótica, quienes con su indiferencia o bien sea con su excesivo egocentrismo permanecen indiferentes al mejoramiento de esta situación, e incluso la empeoran. Lo mas irónico de todo es que se busca resguardar con las normas de transito de sus propias vidas, pero ¿de qué sirve si ellos mismos no hacen nada por cuidarla?
Ahí vemos a las personas que no respetan las normas de transito, no usan los puentes peatonales, cruzan sin fijarse la luz del semáforo y tantas barbaridades que se ven a diario. Haciendo mea culpa, admito haber cometido alguna infracción como esta en alguna oportunidad. Si ya de adultos no sabemos saber lo que es bueno y lo que no, ¿cuándo es que debemos aprender todo eso?
Entonces empezamos a atacar el problema de la raíz: la educación. Es el eje en torno al cual gira todo este problema de caos vehicular. Si no es el eje, al menos debe ser una de las aristas más importantes de este conflicto social. Si se dedicara mayor importancia e inversión en la educación, a nivel general, partiendo desde las iniciativas de gobierno. Incluir la educación vial en los colegios, para así desde pequeños irnos formando las bases de responsabilidad y conciencia social, que sepan preservar sus propias vidas y las de los demás.
Por suerte existe la capacitación, el adiestramiento y la enseñanza, las cuales serán las principales armas para combatir este problema y que tienen mil formas de solucionarlas. Lo que hace falta es una gran iniciativa. De ti, de mi de cualquiera, pero que tengas las ganas de cambiar algo para desarrollar y lograr el progreso, de a pocos, de nuestra sociedad. Nunca es tarde para ello.
Autor: Marcia Benavente Infante.
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